La relación dentista-paciente, ¿qué es y en qué consiste?

En la relación dentista-paciente intervienen muchos factores que representan el encuentro entre dos personas, una de las cuales dispone de un poder superior a la otra al ser el médico odontólogo. De este modo se pueden generar fenómenos de dependencia e incluso ansiedad que hacen dificultosa la conciencia del paciente de su responsabilidad en el cuidado de su salud oral. Por lo que la forma que adopte la relación entre el dentista y el paciente tiene implicaciones tanto en la atención individual como a nivel de salud general. 

En la primera consulta donde se despliegan sentimientos del paciente ante el tratamiento odontológico y el profesional de la salud, el dentista. Esta es la oportunidad para que el profesional intervenga para promover un ambiente psicológico de seguridad, que permita develar temores y ansiedades propias de la situación de atención dental. 

Para poder conseguir estos propósitos, el odontólogo debe ser flexible cuando deba hacer modificaciones en el plan de tratamiento cada vez que surja alguna necesidad particular en el paciente respecto al mismo. De esta manera si se maximiza el estatus de igualdad entre el dentista-paciente, al mismo tiempo se minimiza la posibilidad de disrupciones dentro de la interacción. Con esto se quiere decir que es importante que entre ambas personas se alinee un objetivo común. 

Existen tres modelos básicos en la relación paciente-dentista, según Szasz y Hollender: 

  1. Actividad-pasividad. El odontólogo le hace algo al paciente, el que a su vez sólo cumple con el rol de recibir tratamiento, reconstituyéndose la dinámica padre-hijo. 
  2. Guía-cooperación. El dentista le dice al al paciente lo que va a hacer, señalando éste su acuerdo. 
  3. Participación mutua. El dentista le sugiere y negocia con el paciente el tratamiento a realizar, en relación entre adultos de igual condición. 

La relación paciente-dentista debe establecerse en el tercer modelo, de modo que la alianza de tratamiento se fortalezca y se favorece una mayor responsabilidad del paciente sobre su propia salud oral. 

Además, el éxito del tratamiento en gran parte depende de la actitud, la motivación, y la conducta del paciente con relación al tratamiento a realizar. Aún así, no se debe olvidar las consecuencias que tienen las acciones desarrolladas sobre el ánimo y las conductas. 

En definitiva, un buen manejo psicológico del paciente hace que haya una mejor calidad y también mejor pronóstico del tratamiento, así como una mejor calidad de la vida para el odontólogo y el paciente.